sábado, 8 de abril de 2023

Una señora

Ejercicio 'Me pasó' Dramaturgia bajo la supervisión de Alejandro López / Octubre 2021

por: Ricardo Pereyra 


‘Una señora’

No recuerdo bien qué edad tenía pero cierta mañana, de un fin de semana acompañaba a mi abuela a hacer lo que llamaba ‘un servicio’ en el templo, donde ella después de saludar a un grupo de mujeres cogió un par de canastos de mimbre y se colocó cerca de una puerta… ahí regularmente esperaba a que la gente circulara o se acercara en dirección a ella… yo no entendía del todo, para que hacia eso ni la importancia de llevarlo a cabo pero la acompañaba muchas veces sin chistar ni preguntar siquiera. Esa ocasión, me compró de pasadita un par de gorditas de masa, que le sirvieron en un plato, color amarillo ‘mi favorito, por cierto’ a las que pusieron lechuga y un poco de salsa con lo que tenían un muy buen aspecto y un mejor olor… por lo que me dispuse a probarlas sin pensarlo mucho más, probablemente hambriento. Me dejo sentado en un escalón cercano al puesto, enfrente de la puerta acostumbrada de su servicio y dijo:

_Espérame aquí, no tardo. Si te terminas eso, dejas el plato aquí a un lado, que doña Leonor lo verá y lo recoge enseguida. …Y luego partió.

Se internó andando entre los rayos del sol que caían en el atrio y a los pocos segundos, tras que devoré las gorditas sencillas, me levanté para darle alcance. No sé realmente porque hice aquello, si porque sentí incómodo y muy caliente el pavimento de los escalones, porque recordé que era más fresca la temperatura de la cantera junto a la puerta que acostumbraba mi abue o... porque al verla alejarse entre la incandescente resolana que bañaba las losas de aquel atrio me asuste y me anime a seguir de prisa su trayectoria. Al traspasar los halos de luz, note que mucha gente salía, pasaba y caminaba aprisa, todos desconocidos e indiferentes dificultándome el paso… todos lucían altos, apenas podía ver desde mi tamaño un asomo de sus barbillas, su largos sacos y vestimentas que se movían y alejaban braceando en diferentes direcciones, ajenos a mí y mis intenciones… haciendo confuso y tardado mi andar, para enseguida, llegar a la entrada acostumbrada, la puerta que siempre cuidaba mi abuela pero que lucía sola, sin nadie cuidando el puesto y en forma evidente ‘sin ella’. Y no supe a donde ir. Me detuve observando alrededor, con un sentimiento que no entendí… me hacía sentir extraño, alterado, intranquilo y talvez por primera vez ‘solo’.

Me invadieron tremendas ganas de llorar, que no pude disimular por mucho tiempo. El calor de aquel atrio y la luz invasiva de antes no eran tan molestas como lo que en ese momento sentí en mi cuerpo… aquello que solo podía expresar, exclamando sin dudar en ah’s, bu’s y a lágrimas sueltas. Llore por primera vez sin saber bien porque, ni visualizar un objetivo final que acallará mis berridos… por minutos angustiosos que parecían horas o días, al menos así lo parecía para mi diminuta conciencia. Cuando de pronto mire en dirección del puesto, del lado contrario a donde estaba y recordé que a la vuelta del puesto, estaba la banqueta que nos acercaba al templo y que conducía a la casa. Comencé a andar, cruce de prisa sin dudarlo y me dirigí a esa banqueta, pero de nuevo me encontré con un mundo de gente que caminaba hacia todos lados, que iba, venía, decía y me hacían bajar el paso, me hacían poner atención a aquella quemazón que venía de mi interior… me detuve otra vez, a punto de clamar a grito abierto nombres, motes, todo lo que recordaba, probablemente hasta que algo me apaciguara. Pero no fue necesario.

Sentí que me detenían de modo suave por el hombro, volví la cara despacio y mire que tras de una mano delgada que me sostenía, se extendía un brazo firme que al seguir con la mirada conducía a un rostro apacible y sereno, de cabello lacio y oscuro, una voz bajita y tranquila que me hablaba. Llevaba un vestido floreado y largo, de colores suaves que pendía casi a sus pies y recuerdo vagamente un olor parecido al de nardos. Su voz calmada me hacía preguntas.

_ ¿Te perdiste hijito? ¿Estas asustado, verdad? Pobrecito… muchacho tan lindo, ven, estarán buscándote… Vamos preguntando. ¿Sabes dónde vives y cómo llegar?

Siguió preguntando algunas cosas más. Y no recuerdo haber respondido mucho, solo asentía y negaba recobrando la calma de una forma que no podía entender… tomándome de la mano comprendí, que esa mujer entendía lo que me pasaba y que de forma amable, me conduciría a resolver aquello que pasaba, me dio tanta tranquilidad. Me deje guiar con fe, toda la confianza… mientras veía y sentía como volvía a mí la calma, esta vez. Al caminar por la banqueta, ella hecho a andar mis recuerdos… me hacía plática de diversos asuntos. Cruzamos solo una calle que nos acercó a la cuadra de la que era mi casa. Me preguntó:

_ ¿Es aquí verdad? ¿Esta es tu casa?

Al ver y reconocer la fachada de mi hogar, como recién salido de un vehículo después de larga travesía, solo dije: Si. Sentí en mi rostro de nuevo aire fresco, un olor característico que expedían el limón de la entrada y las malvas del jardín; vi los belenes de colores, el par de rosas debajo de la ventana que ‘en mi mente de niño’ me hacían identificar que aquella era mi casa… reconocí el enano naranjo que no había dado frutos aun, con un portazo de la reja con el que sus azahares y ramas nos saludaban y hasta sacrificaban su vida cada que yo abría la puerta. Y corrí hacia dentro. Toque a manotazos para que salieran, y así fue.

_Buenas tardes, traje a este niño que encontré perdido cerca del templo… ¿Es de aquí verdad? Yo como que recuerdo haberlo visto jugando en esa cochera y este jardín.

_Muchas gracias -contesto mi madre, con la voz entrecortada- su abuela Rosita lo perdió de vista. Acaba de llamarme desde la sacristía. Muchas gracias señora, ¿Cómo podremos pagarle?

_No es nada señora, nada que no hiciera por otros o lo que esperaría hicieran por uno de los míos. Estaba algo angustiado y lloraba el pobre. Lo bueno es que el niño, es muy consciente y mientras se tranquilizaba, platicando y andando me guio hasta acá. ¡Es listo!

_ Perdón… pero voy a avisar. ¿Gusta pasar?

_No, no. Vengo a las fiestas y me dirigía a misa. Avise. Yo sigo mi camino que además vengo de lejos y hay multitud en la iglesia que será mejor darme prisa. Qué bueno que ya está aquí, cuídenlo mucho y que tengan buen día.

Apenas la vi alejarse, diciéndome adiós. Tendiendo a mi madre una sonrisa. Dimos la vuelta para entrar y apenas se oía el pasador de la puerta liberándose. Mi abuela grito llamó afuera. Sus palabras llenaron el resto del día que aún era largo, con cada persona que llamaba o llegaba. Esas las recuerdo muy bien pues además cada Navidad, o cada que alguien más se perdía ella se encargaba de volver a relatarnos, su más segura y convincente versión de aquel día fatídico en que me dejo comiendo antojitos en el atrio, en medio de tanto sol.

_ ¡Roselia! Ay no, dios mío… lo que he podido yo rezar en estos minutos, si me parecieron horas, días completitos… Dios santo! Qué bueno que está aquí… por fin! Sano y salvo, porque no, no fue una señora nomás, nadie la conocía. Yo no lo creo. No la habíamos visto antes ni se supo de ella después, de seguro que era la virgen. Sí. Era la virgen la que trajo de regreso a mi niño… si no como se explica que habiendo un mundanal de gente, de todas partes que vienen… una señora dijera que lo había visto aquí jugando, en esta cochera y jardín. ¡Gracias Santísima madre! ¡Gracias por cuidar de nosotros, porque sin mi nieto… mi muchachito, yo creo si me habría vuelto loca!

 





No hay comentarios:

Publicar un comentario